La ciudad ideal
es una idea acuñada en la antigüedad con el propósito de concretar las características que debía reunir la ciudad para el desarrollo del hombre teniendo en cuenta su bienestar físico y sus necesidades sociales.
La ciudad ideal ha sido un tema abordado por la historia de la arquitectura en muchísimas ocasiones, desde la “ciudad celeste” como modelo ideal de origen religioso, pasando por las ideas de Platón y Aristóteles, la descripción de cómo debe ser la ciudad por Vitrubio, los pensamientos del Siglo XVIII, hasta llegar a las propuestas del Movimiento Moderno tales como la utópica “Usonia” de Wright o la ciudad radiante de Le Corbusier.
En la antigüedad se mantuvo la idea divina de la ciudad. La ciudad ideal era la que los dioses construían para que en ella vivieran los hombres. Las razones para asentarse en un lugar o en otro, para levantar sus muros hacia uno u otro lado, procedían de los consejos de los sabios; las ideas de sanidad, defensa o respeto hacia las divinidades marcaban este origen del lugar en el que se desarrollarían los pueblos. De las razones religiosas y los consejos sagrados, se fue desplazando hacia una lógica social y económica y, sobre todo, militar. Empiezan a pesar más los intereses de los hombres que los de los dioses. La ciudad se convierte entonces en el símbolo de la creación humana, representa una cultura, una comunidad de personas. La ciudad está definida por los ciudadanos. Aristóteles, en «La Política», definía la ciudad como «un perfecto y absoluto conjunto o comunión de muchos pueblos o calles en una unidad